LIBRO LA MOLÉCULA URBANA 1969
Mi propósito en este trabajo es estudiar los factores esenciales que intervienen, o deben intervenir, en un correcto urbanismo del futuro, para con ellos esbozar lo que debiera ser la ciudad de mañana.
La ciudad no es más que la materialización, el espacio físico de esa convivencia en la que se reúnen los hombres para comerciar, adorar a sus dioses, festejar el éxito de sus cosechas, celebrar los triunfos guerreros y llorar juntos sus desgracias.
La ciudad es el espíritu de convivencia, la expresión de la más noble sociabilidad.
Guerra i ciudad han sido los 2 extremos
Una agrupación vecinal, para que cumpla ciertas exigencias de conocimiento, de fácil desarrollo de ciertos servicios comunes, etc. necesita unos 5000 habitantes como mínimo y 10.000 tal vez sea la cifra hoy más conveniente en la mayoría de los casos.
La ciudad que ha tenido un caudal de posibilidades sociales y urbanísticas capaces de crear una convivencia socializada, sana, rica y actual, se encuentra invadida, en todos sus estratos, por –podríamos decir- sustancia ciudadana de poca categoría y sin preparación, que la densifica, bajando en todos sus estratos la calidad social. Baja calidad que va aumentando cada día más, al ir llegando representaciones sociales cada vez menos cualificadas, de pueblos y aldeas.
Si cada región natural, consolidada por una realidad histórica, hubiera tenido la fuerza económica y social autosuficiente capaz de haber podido transformar su principal agrupación urbana, o varias en algunos casos, a la convivencia socializada que necesita el hombre de hoy y, para conseguir la cantidad numérica necesaria de habitantes, hubiera absorbido la de los pequeños núcleos urbanos sobrantes de la mecanización agrícola, es evidente que con un mínimo de traslaciones físicas y psicológicas de esa población –ya que queda en su misma regiób, entre gentes de las mismas costumbres e idiosincrasia-, se podrá haber conseguido realizar las principales evoluciones urbanísticas que necesita el hombre de hoy. Claro está que esto exigiría un profundo cambio político, de escala sobre todo.
EEUU, Rússia i Suissa.
El número de habitantes creo que no puede fijarse en una cifra, porque la cantidad numérica ha de encontrarse contrapesada con la homogeneidad o desigualdad cultural y también económica de los usuarios.
Sin embargo, con una calidad cultural y económica media como la alemana, la francesa o la italiana, se necesitarían los 300.000 a 400.000 habitantes para poder mantener estas mismas instalaciones urbanas.
Se puede decir que una convivencia socializada es correcta entre los 200.000 y los 400.000 habitantes, pudiendo ampliarse hasta muy cerca de los 600.000, pero sin ser necesario rebasar esta cifra.
Madrid es un ejemplo típico de una formación de esta clase. Esta grasa nociva de población se ha ido extendiendo en mancha de aceite en el contorno de la ciudad, en suburbios de chabolas de latas y, poco a poco, va instalándose en barrios amorfos de casas baratas, baratas no por su coste, sino por su calidad.
El impacto socio-político que este criterio urbanístico ha ocasionada, nos encontramos con que este transvase de población a Madrid procede de los núcleos más abandonados del país, patentiza con meridiana claridad la injusticia social de que son víctima, a la vez que coarta la actuación de las autoridades centrales de la nación.
La realidad es que hoy nos encontramos con unos espacios ciudadanos creados en unos parajes naturales, que tienen respaldada su actitud por ininterrumpida sucesión de la convivencia de generaciones humanas que abarcan, en muchos casos –sobre todo en Europa y Asia- períodos de tiempo superiores a los mil años.
Estas mismas características de espacios naturales anteriormente elegidos, pero que ahora pueden resultar no aptos, se encuentran en las ciudades que fueron creadas por razones extraurbanísticas; políticas o de estrategia guerrera, por ejemplo.
En resumen: la ciudad ha exigido siempre, y ahora también, por supuesto, la elección de un lugar natural de especiales características.
El urbanismo es una ciencia que necesita bases sólidas sobre las que fundamentar sus realizacions y es también una técnica que exige rigor matemático, pero es además, y sobre todo, un arte, y como arte, pide intuición.
A lo largo de toda la historia, se repite el deseo adánico de comer el fruto que nos ha de abrir, de par en par, el secreto de la vida, de la ciencia del bien y del mal, pero pocas veces ese deseo ha presentado caracteres tan urgentes y hasta tan desesperados como ahora.
Fragmentos del libro La molécula urbana, una propuesta para la ciudad del futuro. 1969